La vieja



Por fin, cuando ya comenzábamos a perder la esperanza, la viuda que ocupaba el ático de renta antigua de la abuela pasó a mejor vida como se suele decir. La vieja viciosa se había pasado sus últimos años escandalizando al vecindario y dando disgustos a la familia, así que la noticia fue recibida con malsano regocijo. Especialmente por el beneficiario del ático, o sea, un servidor. Inmediatamente contraté a un decorador para que se ocupara de la reforma y en un par de meses estaba instalado en mi flamante buhardilla de diseño.

Sin embargo, a pesar del entusiasmo inicial, desde que me mudé no consigo descansar tranquilo. Tengo la sensación de que alguien me vigila. Me siento observado en los momentos más inoportunos, los más íntimos. Cuando estoy en la ducha. Cuando hago el amor. Mientras duermo. Ya ni siquiera puedo masturbarme en paz.

Mi novia dice que son imaginaciones mías. Pero se equivoca.

Hoy la he visto.

Esta madrugada me he despertado inquieto y me he acercado a tientas hasta el baño para mear. Estaba en plena faena cuando he sentido como si alguien me acariciara cuello con un dedo helado. He levantado sobresaltado la vista hacia el espejo y estaba allí, justo a mi espalda, exhibiendo impúdica sus colgajos resecos, su vientre fláccido, su sexo muerto. Sonreía lasciva pasándose la lengua ennegrecida por las encías. Y no dejaba de mirarme el miembro.

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